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muertos de los más principales, que fueron cuatro, sin el capitan Fonseca que cayó, retirándose, muerto á mis piés de un flechazo en la cabeza; era la ponzoña de las flechas tan fuerte y vehemente, que en cualquiera parte del cuerpo que tocase, si no le chupaban luégo ó cortaban con brevedad la carne donde estaba, penetraba de manera hasta el corazon, que en breve espacio no duraba una hora; el que más duraba caia muerto; al General le tocaron siete heridas, todas mortales, en la cabeza y brazos, mas tuvo tal suerte, que un mozo le chupó la ponzoña de las heridas y vino á sanar de ellas, y el mozo murió de la ponzoña que chupó; fué luego fuerza nombrar persona que sirviese el ínter que el General sanaba; estaba el ejército tan otro del que allí habia desembarcado dos dias habia, que era extremo opuesto al valor que habian mostrado; tímidos, descoloridos, tristes, mirando al suelo, cabizbajos, el que hablaba, todo era en el modo como mejor se podia volver á los navíos; que la gente, poca, ménos el bastimento, proseguir aquella empresa que con lo florido del ejército no se habia conseguido ningun buen suceso estando en sus primeros alientos, que al presente, cuando estaba menoscavado, y como en lo último, no se podria acabar cosa de consideracion que todo yerros; al cabo de quince dias, cuando esperaban estar en la fortaleza, el General con siete heridas, la flor del ejército muerta, que para no consumirse todo mejor era volverse; formaban corrillos sobre el caso, sucediendo lo que se podia esperar segun el estado pre

sente.

Juntáronse los Capitanes y con ellos el hijo del Virey; yo no me hallé presente, porque sólo servia con un arcabuz; votóse sobre quien habia de gobernar en el ínter que el General estaba para ello; habia Almirante que era Pedro Botello y otros Capitanes bien entendidos; al cabo se conformaron los más en que go-` bernase yo y esto encargaron al hijo del Virey, vino á buscarme. á mi barca, proponerme el caso, á que le respondí, «Señor, ¿cómo podré yo conseguir lo que el señor Capitan general no consiguió con lo más y de mejor condicion, siendo quien yo, con los ménos y en el estado en que hoy está, y siendo un soldado particular castellano? es solo quererme poner por blanco y causa de los tristes

fines que está prometiendo las cosas presentes, y que sirva de poner con mis desgracias y malos sucesos de este ejército silencio á los pasados, culpa á los mios. No, señor; si la pretension es enmendar lo pasado ó conservar lo presente, muchos Capitanes y señores hay en el ejército de más conocimiento que yo, que se puedan encargar de lo que vuestra merced me manda.» Respondióme que era adelantar mucho el pensamiento, mas que si no queria, que le gobernase por dos ó tres dias en el ínter que se volvian á juntar y nombraban otro; así lo acepté, y al tercero dia nombraron á Gonzalo de Barrios, Capitan de un navío y Almirante que habia sido de Ruifreire, que sintió, porque en la obediencia no se conformaron con su rigor, á que estaba enseñado, y así le promovieron nombrando al almirante Pedro Botello. En este tiempo no se intentó cosa hasta que el General estuvo mejor y vino al ejército que se estaba curando en su galera.

Tratóse de ocupar otro puesto en Tierra Firme en frente de la fortaleza, el rio en medio, queriendo de allí batirla; mandáronme que la reconociera; hícelo, no me pareció á propósito. Juntóse á consejo, de veinticinco votos me siguieron veintiuno, los demas al Capitan general, que era de parecer que se ocupase, y así luego lo encomendó á Gonzalo de Barrios, el cual pidió 200 hombres y seis piezas de artillería. Francisco de Acosta se opuso, pareciéndole que era aumento de mucha honra la eleccion de Gonzalo de Barrios, sabiendo que se habia de perder en el caso, y que el otro se habia de ganar en duda; dijo al General que aquello era deshacer el ejército y quedarse sin gente, que él le sustentaria con cien hombres y cuatro piezas de artillería: el General, pareciéndole que era aumento, y no conociendo la segunda intencion con que lo decia, la aceptó. (¡Oh defecto de nuestra naturaleza, que nos entristecen más los bienes agenos que nos alegran los nuestros; Francisco de Acosta, rico y con honra de otras ocasiones, el contento que debiera, sólo el conjeturar del buen suceso que su enemigo podia tener en el puesto que le encargaban, quiso más perder lo que tenia seguro, sólo porque su adversario no ganase lo que estaba dudoso!) Diósele lo que pedia y áun más, y yo le seguí con mi arcabuz; ocupamos el puesto y fortificóse de TOMO LXXI.

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mala manera, correspondiente á lo de la gente; púsose la artillería, tiráronse algunos tiros, y conocióse con evidencia que era larga la distancia para batería, sin otros inconvenientes que enseñó la experiencia; á la primera noche nos dieron los negros de Tierra Firme un asalto que parecia que se querian llevar las piezas y las malas trincheras con que estábamos cubiertos; mataron algunos; cien soldados quedaron; de suerte que Francisco de Acosta conoció que si quedábamos allí otra noche lo perderíamos todo; y así les obligó á retirarse, bien que con la órden del General, habiendo sólo un dia estado en el puesto, y resultando tan diferente de lo que prometió, que quisiera haber trocado todos buenos sucesos porque le sucediera esto á Gonzalo de Barrios; retiróse la gente y la artillería á los navíos.

Parece que en esta ocasion los más estaban faltos de la consideracion que era necesario para lo que les convenia, y yo más que todos; envióme el General con una órden al capitan Andrés Bello, que era Cabo de unos navíos que estaban surtos junto al castillo de la Isla, el cual tenia una batería de cuatro piezas de á ocho y de á doce libras de bala; y este Capitan, hablando en conconversacion de la disposicion en que estaba esta batería, dijo: «para más claridad, vaya vuestra merced en una chalupa y reconózcala, que así se lo doy por órden:» yo acepté el reconocimiento sin órden del General, ni del Andrés Bello, por escrito, ni tener él jurisdiccion sobre mí, por no ser de su tropa é ir sólo á comunicar una órden, y con obediencia ciega me embarqué en la chalupa, yendo conmigo un Alférez que se llamaba Carballo y cuatro soldados suyos y seis marineros, y contra marea pasamos por delante de ella, y al pasar, estando el enemigo atento al reconocimiento, nos apuntó las piezas y las tres dieron en la chalupa, y la una me pasó por delante del pecho llevándome los cabos de las agujetas que llevaba colgando de un coleto, y el Alférez que iba sentado en la popa, pegado conmigo hombre con hombro y que yo le cubria, le hizo pedazos los muslos y la mano derecha que llevaba sobre el uno; no vivió más de una hora, y ésta parece que la dió Dios para confesar á voces un grave delito que habia cometido, de matar á una amiga suya que habia servido á Gonzalo

de Barrios y se la habia sacado de su casa y quitádola una cadena, de oro que habia hurtado á su amo, y matándola la metió en un costal y la llevó á un cementerio que estaba fuera de Goa, donde la enterró; llamóse luégo á Gonzalo de Barrios para que le perdonase la ofensa, perdonó, mas la cadena no quiso, y así tomó por su cuenta el hijo del Virey el pagarla. Las otras balas mataron á dos marinos, y á uno quebró un muslo, de suerte que fueron los muertos cuatro. Quedé del caso dando muchas gracias á Dios, porque en aquel punto me iba encomendando á la vírgen de Loreto, que está en Madrid en la plazuela de Anton Martín, de quien yo soy devoto y llamo en mis trabajos; túvelo por evidente milagro y lo entendió así todo el ejército, por ir todos pegados el uno al otro y cubrirle yo todo el cuerpo. Diciendo despues al Andrés Bello, cómo habia dado órden para que se hiciese aquel reconocimiento, dijo que tenia órden del General; el General respondia que no habia tal; porque se vea con la facilidad que metieron en peligro tan evidente á diez hombres para que nos hiciesen pedazos, como hicieron pedazos á cuatro, siendo aquel reconocimiento sin necesidad; y cuando lo fuera, se podia hacer de Tierra Firme, porque estaba cerca, sin riesgo ninguno, de ciencia cierta por estar la batería á la lengua del agua y descubierta toda.

Volviendo al caso, juntóse luégo á consejo sobre lo que se habia de hacer, eran ya 15 de Abril, y el invierno y vientos Oestes entraban y no se podian esperar á más ó se habian de quedar á invernar en la Isla, y para esto no habia bastimento; y así, se acordó de volverse á la India á invernar, y que la partida fuese luégo; con que todos se alegraron como si hubieran ganado la plaza; hicímonos á la vela costeando el Africa hasta el Cabo de Guardafuí, que está en la boca del Mar Rojo, en 13° de altura de la parte del Norte; de allí se tomó el viaje hasta la India, que hay algunas cuatrocientas leguas; llegamos á Goa á 30 de Mayo con mucho peligro, porque ya estaba el invierno y se cerraban los puertos; y si se tarda un dia más nos perdemos, porque entró de todo punto el invierno.

El Virey trató de sanear aquella pérdida por su partido, haciendo cierto el que habia enviado para restaurar aquella plaza

lo bastante de soldados, artillería y pertrechos, quien se las podia aportar; saneado esto, quedábale toda la carga al General, 6 por omiso en la ejecucion ó por inadvertido en la eleccion de lo que importaba; era D. Francisco de Mora muy buen caballero, cortés y bien hablado, amigo de hacer todo bien, fácil en la persuasion, muy palatino y cortesano; habia gobernado á Cabo Verde: no obstante experiencia para tales empresas, diga cada uno lo que quisiere, que el arte militar compuesto de varios accidentes y el gobernar y sujetar con tanta opresion tauta cantidad de gente, de tan varios naturales, en una campaña ó sitio, en oposicion de otros tantos de tanta importancia como valen las vidas y honras de tantos soldados y de su Rey, no se aprende en una sala cerrada de libros, ni en la urbanidad de la corte; más apréndese en una campaña y otra, y en un sitio y otro sitio, con un trabajo y otro, arriesgando una y cien veces la vida, ya con el trabajo personal ya con el riesgo de perderla, teniendo una sagacidad profunda, un natural claro, una privacion de toda pasion, un conocimiento de las causas, del menester que trae entre las manos, una providencia dilatada, que mediante el discurso en lo pasado, con larga experiencia en varios casos, que es lo que más aprension hace, junto con lo presente, sea próximo á la certeza del efecto que puede estorbar para acudir al remedio dél, porque aun compuesto destas partes y de otras muchas más que son necesarias, áun le es dudoso el acierto, por tener en esta materia de la guerra la mayor parte la fortuna. Confieso que le siguió á D. Francisco, mas tambien confieso que el sabio la suele limitar; la ambicion de honra y de fama le lleva á esta jornada, persuadido del valor de la nacion portuguesa, que en esta parte se promete más de lo lícito y que sus fuerzas pueden alcanzar, no considerando que es mucho mejor no perder la honra que ganarla, y que se atrasa la opinion quedando por falsa, que es el mayor mal que en los hombres puede haber. Saneado su partido, el Virey quiso que D. Francisco sanease el suyo ó diese causas de los malos efectos de aquella jornada, y para que tuviese más autoridad lo remitió á la Audiencia que allí hay de Oidores; traia granjeados de allá enemigos, y estos eran los más amigos que habia tenido, consultando

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