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virtud adquirida la tuviese no por envidia, sino por gloria. Mas hállanse en este Senado algunos, que ó no ven los peligros en que todos estamos, ó si los ven disimúlanlos; y estos son los que entretuvieron la esperanza de Catilina con sus muy blaudas sentencias; y por no creer la conjuración en su primer nacimiento, le dieron fuerza y vigor; la autoridad de los cuales siguiendo muchos, no solamente malvados, pero también ignorantes, si yo hubiera castigado á este, dijeran que lo había hecho cruelmente, y como Rey, de poder absoluto. Pero si ahora él se fuere (como se piensa ir) al real de Manlio, soy cierto que no habrá hombre tan necio que no vea la conjuración ser hecha, ni tan perverso que á voces no la confiese. Así que si matásemos á este solo, creería yo que por un pequeño espacio de tiempo se reprimiría la pestilencia de la República, pero que no podría reprimirse para siempre y del todo. Mas si él mismo se echare fuera, y sacare consigo todos los suyos, y recogidos de todas partes en uno congregare los de su profesión como escapados de algún naufragio, no hay duda ninguna sino que se matará y extirpará para siempre, no solamente esta pública pestilencia, pero también la raiz y la simiente de todos los males. Ya ha mucho, Padres Conscriptos, que vemos al ojo los peligros de la conjuración y de otras grandes traiciones; mas yo no sé en qué manera, todas aquellas maldades y el furor antiguo y atrevimiento, vinieron á madurarse en este mi Consulado. Por donde si en tan grande insulto de salteadores quitamos la vida á este solo, parecerá que hasta un breve tiempo quedaremos por ventura libres de cuidado y de miedo; pero que todavía el peligro quedará fijo y encerrado en las venas y en las entrañas de la Re

pública. Porque así como muchas veces los enfermos de alguna enfermedad grave, cuando fatigados del grande ardor y de la calentura, beben un golpe de agua muy fría, se sienten luego al principio aliviados, pero después tornan á congojarse mucho más gravemente; de la misma forma, esta enfermedad que aflige nuestra República mitigada con la pena de este, vendrá después á hacerse mucho más grave, quedando vivos los otros. Por eso, Padres Conscriptos, váyanse los malvados, apártense de los buenos, júntense en un lugar, haya entre ellos y nosotros un muro, dejen de hacer en su casa asechanzas al Cónsul, dejen de rodear el tribunal del Pretor urbano, de cercar con espadas la audiencia, y de buscar sarmientos y antorchas para encender la Ciudad; y finalmente cada ciudadano traiga escrito en su frente lo que siente de la República. Del resto yo os prometo, Padres Conscriptos, que en mí, que soy vuestro Cónsul, habrá tan gran diligencia, tan ta autoridad en vosotros, tanta virtud y fortaleza en los caballeros Romanos, y tan gran consenso y concordia en todos los buenos, que con la partida de Catilina veréis descubiertos luego todos sus tratos, manifiestos, oprimidos y castigados. Vete, pues, Catilina, á la guerra, vete con gran salud de nuestra República, y con tu pestilencia y ruina; vete con la destrucción de todos aquellos que contigo en todo parricidio y en toda bellaquería y maldad se juntaron. Entretanto tú, Júpiter, que fuiste constituido de Rómulo con los mismos agüeros prósperos que esta nuestra Ciudad, y al cual llamamos Presidente y Protector de ella, y verdaderamente dei mundo universo, tendrás especial cuidado de apartar á este malvado y á todos sus compañeros muy lejos de tus altares sagrados y de

los otros templos, de las casas, muros y adarves de la Ciudad, y de la vida y fortunas de todos los ciudadanos, y asimismo de atormentar y consumir en este siglo mientras vivieren, y en el otro después de muertos, con suplicios sempiternos, á los enemigos de todos los buenos, á los adversarios de esta patria, á los saqueadores de Italia, y finalmente, á los que para nos destruir hicieron entre sí una nefaria liga y monipodio de sus maldades.

ORACIÓN II DE CICERÓN

CONTRA L. CATILINA

Al fin, oh Quirites, á aquel Lucio Catilina, que con un atrevimiento furioso resollaba siempre maldades, acarreaba pestilencia impíamente á la patria y os amenazaba con hierro y con llamas á vosotros y á esta Ciudad, echámosle, ó enviámosle de ella, ó desde lejos, cuando se iba le seguimos y acompañamos. Fuese, saliose, rompió por en medio de todos, y escabullose.. Ninguna destrucción ya dentro de nuestros muros se les puede recrecer de este mónstruo y siniestro agüero á los mismos muros. Así que vencimos sin controversia ó contraste alguno al singular Capitán de esta guerra doméstica: no andará ya aquella daga más entre nuestros costados: ni en el campo Marcio, ni en la plaza, ni en el Senado, ni en nuestras casas estaremos cargados de miedo. Ya mudó hito el día que fué echado de la Ciudad. Ya podremos, como á enemigo, hacerle justa guerra muy á la descubierta. Sin duda echámosle del todo á perder, y vencímosle manifiestamente, cuando de aquellas sus traiciones secretas le arrojamos á públicos latrocinios y robos. ¿Qué dolor, qué congoja y tristeza pensáis debe ser ahora la suya, de ver que no llevó aquel puñal muy ensangrentado, así como deseaba? ¿que se salió dejándonos vivos á todos? ¿que le arrebatamos el hierro de entre las manos? ¿y finalmente, que dejó salvos los ciudadanos y la Ciudad en pié? Caido está y tendido por tierra el desventurado,

ya se siente cogido y muy abatido, y vuelve muchas veces los ojos á esta Ciudad, y llora de que así se la hayamos arrebatado de entre los dientes; la cual me parece que no cabe en sí de placer de haber vomitado, y echado lejos de sí una tan gran pestilencia. Pero si alguno se halla, tal cuales debían ser todos, que en esto mismo, en lo cual mi oración muestra gran gozo y triunfo, gravemente me acuse de no haber aprehendido un tan capital enemigo, mas antes que enviádole; esta culpa, Quirites, no es mía, sino de estos tiempos. Yo confieso que convenía mucho ha ser Lucio Catilina ya muerto, y castigado con un castigo ejemplar; lo cual me pedía la costumbre de los mayores, la severidad de este Imperio y la República toda. ¿Mas cuántós pensáis que había que no creyesen lo que yo contra él presentaba? ¿cuántos que de pura necedad no pensasen ser así como yo refería? ¿cuántos que defendiesen su causa? ¿cuántos que con ánimo maligno y perverso le diesen favor y ayuda? Y aun con todo esto, si yo juzgara que muerto él se apartara de nosotros todo el peligro y daño, ya ha mucho que á Lucio Catilina le hubiera sacado de entre los vivos, puesto que me sometiera á peligro, no de envidia tan solamente, pero también de la vida. Mas viendo que sin ser aun el negocio aprobado de todos vosotros, le daba la muerte que merecía, no podría yo después, oprimido del odio é indignación, perseguir á sus enemigos, traje la cosa á estos términos, para que pudiesedes contra él pelear á clara, viéndole ya enemigo muy descubierto. El cual enemigo nuestro cuanto piense yo que deba ser temido, mientras anda por allá fuera, de aquí lo podréis juzgar que me pesa infinito, de ver que salió mal acompañado; y pluguiera á Dios que sacara jun

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