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Iglesia quien diga lo que san Pedro ȧ los cojos y tullidos: surge et ambula.

Semejante historieta es un insulto á la gloriosa memoria del Santo Doctor, no menos que á la de aquel sumo Pontifice; y atendida la fecha que se supone, el caracter de ambos personages, el valor de las palabras que se les atribuyen, y las circunstancias con que se refiere el hecho que ha querido fingirse, es un desatino histórico.

En 1274 dejó de vivir santo Tomás de Aquino, cuando ya se contaban veinte años desde la muerte del señor Inocencio IV, que falleció en Nápoles en diciembre de 1254: de consiguiente, no pudieron hablarse en la fecha que señala el Boletin.

De las obras que publicó el elevado ingenio de santo Tomás, de sus disputas con filósofos ó teólogos, del estilo de ellas, del de sus escritos, y de todas las acciones de su admirable vida consignadas en la historia, resulta que el caracter del Santo Doctor fue siem pre comedido, dulce, modesto, humilde, afable con todos, y especialmente devotísimo de la santa Sede y de los Vicarios de Jesucristo, á cuyo juicio sometió hasta en sus últimos momentos cuanto habia publicado. Si para formar una idea del caracter de Inocencio IV, no queremos recurrir á lo que de él hayan escrito personas adictas á los romanos Pontífices, ni aun á las que apesar de su catolicismo, los juzgan con cierta prevencion, oigamos siquiera á los enemigos de la fe cristiana, y entre ellos al Soldán de Babilonia, que llama á Inocencio Santo, ilustre, puro, venerable, sábio, grande, despreciador de las cosas terrenas (temporalium contemptorem) &c....... Admira por cierto que un Príncipe mahometano hable tan honoríficamente en Babilonia del Papa contemporáneo suyo, y que á la distancia de seis siglos

se atreva á desacreditar al mismo en España un hombre oscuro, y que acaso tambien se tenga por católico.

Y ¿qué palabras pone éste en boca del soberano Pontifice y del Doctor de la Iglesia? Las del primero son ridículas, impropias é indignas de un Príncipe de la Iglesia, que es al mismo tiempo Monarca temporal. Las del segundo son impertinentes y osadas en demasía. ¿No es ridículo que el Rey de Roma se sobresalte al notar que le observan cuando á sus solas se estaba recreando en contar todo el tesoro que puede contener un taleguito, y como si in fraganti le hubiesen cogido en delitos vergonzosos, busque escusas que dar á un súbdito suyo, de ninguna categoría ni representacion en la sociedad? ¿Que el Papa, á quien no habian asustado los Próceres de Francia, ni el Emperador Federico de Alemania, temiese la presencia de un pobre fraile dominico, que con tan profunda humildad veneró siempre la Tiara? ¿Que el maestro de la doctrina, depositario é intérprete vivo de la del Evangelio, entendiera que por aquellas palabras de san Pedro se prohibia á los eclesiásticos el uso de monedas de oro ó plata? Y aun en la absurda hipótesi de que su Santidad hubiese incurrido en tal error, y de que santo Tomás conviniera en que á un Príncipe espiritual y temporal no le era lícito manejar dinero, ¿qué conexion tendria con esto la respuesta del Santo? De que el Pontífice quebrantase la ley, ¿se infe riria que por eso no hacia milagros? Y si no se deducia esto, no alcanzamos el sentido de la contestacion, si es que tiene alguno. Pero de cualquier modo era atrevida. Reprender un simple religioso al Padre comun de los fieles, arguyéndole con que no sanaba á cojos y tullidos, ademas de mucha sandez, probaria falta de respeto y aun de buena crianza. Y ¿ có

mo atribuir esto al Doctor, que por la sublimidad de su talento es llamado Angélico, que nacido de ilustre familia, recibió una esmerada educacion en sus primeros años, y que á la finura y cortesanía de sus modales y espresiones, reunió toda su vida la mayor veneracion á los Prelados de la Iglesia?

En las circunstancias con que se refiere el hecho, es donde mas y mas resalta la impostura de la relacion. Ya hemos observado que la de tiempo es concluyente; pues se hace hablar á Inocencio IV veinte años despues de muerto. Las de lugar y modo no son menos falsas. Un religioso dominico, nacido y criado entre la ceremoniosa nobleza del siglo XIII, y que por largos años habia vivido en las cortes de Francia, Roma y otras de Italia, se arroja á introducirse en la Cámara de un Soberano como el Pontifice, sin obtener antes su permiso para entrar, y lo consigue sin que lo adviertan los guardias y camareros de su Santidad; lo sorprende en el acto de tener dinero, crimen inaudito en un Príncipe que ha de mantener tribunales, ejército, empleados, y tambien ha de socorrer á los pobres de sus dominios; y el tal Príncipe carece de tesorero ó de algun criado de su confianza que pueda contarle el oro que cabe en un taleguito, por lo que se ve en la necesidad de tomarse esa molestia allá á sus solas. En una ocasion de estas ocurre la repentina entrada de santo Tomás, que le sorpren de con el tesoro entre las manos; y aunque no era hurtado, ni habia motivo de sobresaltarse, sino de reirse con la brusca visita, se aturde el señor Inocen cio IV, y buscando disculpas que dar al Santo, no le ocurre otra peor que la de decirle que no se veia en las mismas circunstancias que san Pedro cuando sanó al paralítico; sin añadir siquiera que en aquella fecha tampoco se veia el santo Apóstol en la necesi

dad de sostener una corte para bien espiritual y temporal de la misma Iglesia y de los fieles.

Concluimos rogando al empresario del Castellano, que pues cuenta con escritores como el del buen artículo Las letras y las costumbres que se lee en el número 4.° del Boletin, haga que sean estos los autores, ó á lo menos examinadores de los que pertenezcan á literatura.

EL FOLLETO

titulado el Libro del pueblo, es una continuacion del de las Palabras del creyente.

ni

No se quejarán de nosotros Mr. de La Menais, tampoco D. G. O., autor el primero y traductor el segundo del folleto que ellos llaman el Libro del pueblo, por la calificacion que de él hacemos, puesto que los dos Señores al anunciarlo al público esto es lo que dicen, y con esta recomendacion le venden. Nosotros convenimos con ellos en que la tal produccion es la seguida de las Palabras del creyente; solo nos dividimos en la inteligencia de la proposicion: ellos dijeron que las Palabras, ó el folleto asi llamado es la espresion de la verdadera Religion que habrá de hacer la felicidad de las naciones; nosotros, con la Silla apos

tólica, dijimos que es un escrito impio, herético y blasfemo, porque predica á los pueblos las rebeliones en nombre del Evangelio; asi pues, por tan impio tenemos al uno como al otro, al primero como al segundo, al principio y á la continuacion. Hagamos de él un estracto y servirá de prueba.

Empieza con uno que se puede llamar preámbulo porque no tiene numeracion, pintando el estado de las miserias del pueblo, y las atribuye, no al pecado, sino á los que se han alzado sobre él á dominarlo; y asegura que será feliz y recobrará su salvacion cuando quiera, cuando remueva los escombros hacinados sobre la ley divina, esto es, á los que le mandan, y llegaren á verificarse las proféticas palabras: «el pueblo que vacaba lánguido en las tinieblas ha visto una gran luz; y la luz se ha alzado sobre los que estaban sentados en la region de la sombra de la muerte. » Por aqui se ve ya, sin pasar mas adelante, el abuso que sigue haciendo Mr. de La Menais de la palabra de Dios escrita, interpretándola á su antojo á favor de las demasias del pueblo, á quien se propone seguir adulando en este folleto, como lo hizo en las Palabras del creyente; y como estimulándolo á creer serle un deber el tumultuarse contra los que le gobiernan. Ahora, dice, yace inerte (el pueblo) bajo las ruinas de los deberes y de los derechos.» ¿Puede darse mayor dislate? los deberes y los darechos oprimen acaso al hombre? No es cierto y seguro, y la misma Religion lo enseña, que el hombre tiene deberes que cumplir en conciencia y en justicia para con Dios, para consigo mismo y para con la sociedad, y en cambio y recíproca correspondencia adquiere otros títulos y derechos? y estos y aquellos lo oprimen y hacen inerte? ¡qué dolor! que el sublime talento de este escritor, tan bien empleado antes en bien de la Religion, se

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